Iba caminando, ya con el espíritu un poco arrebatado por el alcohol y quien sabe que más. Recogí mis manos embarradas del suelo y me refugié del miedo bajo la lluvia. El había mordido mis pezones con tanta fuerza que mi polera tenía dos manchas rojas y redondas sobre cada pecho, creo haber sentido sólo un ligero y placentero escalofrío, pero sólo hasta ahora me había percatado que estaban casi rebanados. De pronto una súbita contracción en la panza me hizo de un vómito explosivo y pegajoso. Me faltaba una uña, quizás había quedado enterrada en su espalda cuando traté de escapar luego de que mordiera mi cuello con tanta fuerza que me quedó rígido y amoratado.
Caminé sin saber donde estaba, enterrándome en los pies los restos de botellas rotas en medio de la calle. No sabía si estaba viva o muerta, o en alguna especie de limbo entre los dos.
Caí pesadamente sobre la acera, dura y resbalosa, sucia y maloliente, para terminar de vomitarme encima. Me pasé la mano torpemente por la nariz sangrante y me dormí.
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