Le miraban cada una de forma distinta, una estaba despeinada, amoratada, tiritona, ojerosa, flaca y triste, le miraba asustada. La segunda mujer tenía los ojos desviados, tenía el pelo laceo y brillante, sonreía, pero como si no tuviera otra cara, como si se hubiera acostumbrado a cargar una sonrisa que no era suya, le miraba paciente y la tercera mujer tenía un cuerpo hermoso, le miraba desafiante y confiada, tranquila y con un fuego de vida en los ojos. "Somos las mujeres que te has permitido ser, y queremos volver a vivir".
Encendió la lámpara y les miró ahora sí, bien los rostros. Eran como ella había sido en algún momento de su vida, tenían razón.
Las había dejado atrás y ahora le habían alcanzado, le habían cogido cansada y sin ganas. "Hemos decidido no dejarte tranquila hasta que vuelvas a darle vida al menos a una de nosotras". Hablaba la tercera, mirándome a los ojos, firme y constante.
La segunda mujer en cambio dijo: "Bueno, sólo si quieres".
La primera en cambio sólo pronunció un silencio interrogante.
La decisión estaba tomada desde antes de las mujeres. Pero ahora estaba obligada.