Cocó. 21 por ahora. Sin gatos, la mayor de una colección de tres hermanas, adicta a las variaciones del té con canela, fumadora más que social, emotiva. De creatividad lluviosa y nublada, de risas despejadas y calurosas, desapegada y enraizada en cosas que no debería, pequeña de estatura, desenterrando a la otra que se revolcaba de risa y no tenía miedo a hacer el loco, pescadora de recuerdos, friolenta y feliz dentro de todo.

domingo, 2 de junio de 2013

Domingo.

No hay nada más bello que un día domingo. Recuerdo esos días maravillosos, siempre era el último día de la semana, siempre era el día en que muchos planes no se podían hacer porque estaba todo cerrado, no era un día para sumergirse en la televisión porque la programación era y es terriblemente aburrida. Los parques estaban cerrados, porque claro, los que trabajaban cuidándolo estaban descansando. No era un día para salir a bailar o hacer un panorama nocturno porque el día lunes exige como todo comienzo, una entrega al 100%. Tampoco era un día para ir a la playa porque la locomoción era casi nula, incluso para ir al centro. 
Hasta los programas de la radio estaban grabados de los días anteriores. La piscina estaba cerrada, la Saval estaba cerrada, y hasta la biblioteca... 
En fin, yo amo los días domingos, son perfectos. Los domingos de antes no se comparan con los de ahora, pero ambos son bellos en sus diferencias. Los domingos de antes eran con una comida largamente preparada y servida a las 5 de la tarde, mamá trabajaba duro para darnos nuestros platos favoritos, papá trabajaba, así que no habían presiones y las 4 mujeres del hogar se paseaban hasta la hora del baño en pijamas. Gasté muchas mañanas de domingo yendo a misa. Quizás después de todo no estoy arrepentida, en absoluto, sólo que ahora no es una opción.
Algunos, casi todos, los domingos eran caminar las cuatro inseparables, hasta la casa de la abuelita, y era un peregrinar en el que no éramos las únicas, todos los primos migraban sólo por el día a ver a la abu y a los demás primos. Tardes enteras jugando y lavándonos las manos para sentarnos bulliciosamente a una mesa en la que nunca faltó el pan amasado, el tomate con cebollas y ricos pastelitos o frituras preparados por las tías y la mami. Así fue hasta que el tiempo hizo lo suyo con los viejos, y se los llevó como una promesa al más allá. 
Ahora, los domingos son en extremo míos, permisivos, regalones, reflexivos, el domingo es el día semanal de estar conmigo misma, y me encanta. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario