Hasta los programas de la radio estaban grabados de los días anteriores. La piscina estaba cerrada, la Saval estaba cerrada, y hasta la biblioteca...
En fin, yo amo los días domingos, son perfectos. Los domingos de antes no se comparan con los de ahora, pero ambos son bellos en sus diferencias. Los domingos de antes eran con una comida largamente preparada y servida a las 5 de la tarde, mamá trabajaba duro para darnos nuestros platos favoritos, papá trabajaba, así que no habían presiones y las 4 mujeres del hogar se paseaban hasta la hora del baño en pijamas. Gasté muchas mañanas de domingo yendo a misa. Quizás después de todo no estoy arrepentida, en absoluto, sólo que ahora no es una opción.
Algunos, casi todos, los domingos eran caminar las cuatro inseparables, hasta la casa de la abuelita, y era un peregrinar en el que no éramos las únicas, todos los primos migraban sólo por el día a ver a la abu y a los demás primos. Tardes enteras jugando y lavándonos las manos para sentarnos bulliciosamente a una mesa en la que nunca faltó el pan amasado, el tomate con cebollas y ricos pastelitos o frituras preparados por las tías y la mami. Así fue hasta que el tiempo hizo lo suyo con los viejos, y se los llevó como una promesa al más allá.
Ahora, los domingos son en extremo míos, permisivos, regalones, reflexivos, el domingo es el día semanal de estar conmigo misma, y me encanta.
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