Empezó entonces con el primero, mientras iba leyendo de a poco lo que le escribía, sí, fluía, nacía, no había nada que no pueda explicar, ella era la roca, él escribía un mar.
Cigarro. Fuego. Humo. Niños gritando.
Se sentó cerca de la puerta, la abrió, computador y cigarro, aparece un gato, se miran, se quieren, se acompañan.
Cigarro.
Sigue leyendo, sigue dispuesta al llanto, pero el llanto no llega, es mágico, no hay dolor en ésto, tampoco decepción, ella sigue siendo comprensiva. La garganta aprieta.
Cigarro.
Reflexiona un poco y se confunde, luego se da cuenta que siempre estuvo confundida y más tarde su vida entera era caos. Escribe su caos, describe su caos, ama su caos y lo abraza.
Se fuma un cigarro. Toma un poco de agua.
Espera que le diga algo más, pero ese algo más no llega, llega por fin la comprensión, y al menos finge que la entiende y rompe todo en pedazos cuando vuelve al principio y es verdad, el orgasmo de uno lo siente el otro, de manera que las explosiones son constantes.
Pucho y recuerdos. Cenicero desbordante.
Se siente asquerosa, ha vomitado todo aquello que le hacía un nudo y siente que a él le molesta, que él no lo entiende, hasta que se burla un poco.
Estúpida piensa, se fuma otro pucho.
Decide dejarse fluir, pero la idea que se asomó un poquito antes, ahora se asoma entera. No, no se puede fluir así.
Así que fuma.
Ya ni si quiera tiene la cuenta de cuánto a fumado, mira el cenicero y dice, jamás fumé tanto en mi vida. Y en realidad jamás se le hizo fácil fumar uno tras otro y ésta vez fue así.
Amiga le dice, brindemos. Ella mira el vino tinto y dice, ésta noche no, ésta noche estoy yéndome en el humo, ésta noche me fumo ésto que no sé que es, pero que sabe que no es pena, que no es rabia, es resignación y entendimiento.
Pucho.
Vuelve a la mesa, mira todo y lo ve en cada rincón, reconoce que lo extraña y hace un par de horas atrás estaban abrazados.
Reconoce que le duele más la mentira que el engaño. Reconoce que no le molesta que sea infiel, sino que no sea leal.
Reconoce que está fumando porque se abandonó para encontrarse, para ser su propio abrazo, para acompañarse.
Enciende varios, uno tras otro.
Entiende a madre, entiende a amiga. Ellas se abrazan también así.
Piensa en él y lo siente lejos, una lejanía metafóricamente real. Se imagina una amistad que no sabe si va a existir.
Fuma.
Ríe.
Sonríe.
Decide descansar, ya sabe todo lo que quería saber y un poquito más. Se sorprende de tener el corazón sereno. De sentir éso.
Fuma y se despide.
Pone música para regalonearse y dormirse. Tocan a la puerta, buscan a Roneau, el gato que la acompañaba no hoy, si no casi siempre. Roneau, el mismo a quien ella le decía gordo y el venía sin pensar.
Decide mensajearle, siente que el gato era de ambos. Pero no hay respuesta.
Se duerme.
No sueña, al menos no que lo recuerde. Mira el cenicero y piensa, es demasiado.
Busca alguna novedad en su página. Ninguna. Él no respondió un mensaje simple porque no quiso.
Pucha. (jaja)
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