—El
arma más poderosa de toda mujer se encuentra entre sus piernas—. Me susurró
mamá al oído justo antes de marcharse. Nunca más volvió, esperé en vano
cada fin de semana, por años, en la sala de visitas del San Francisco, pero sus
palabras vagaban en mi mente como alma en pena y a pesar de no
entenderlas, las atesoraba y las repetía cada noche como una oración.
Yo
tenía trece años cuando escapé del internado, era de noche y había ido a la
cocina a robar un poco de pan cuando sentí un ruido y un respirar agitado,
caminé lentamente al lugar de donde provenían esos extraños sonidos. Asustada e
indecisa me asomé por la pequeña ventana de la despensa y vi que de alguna
extraña manera estaban como ensamblados los cuerpos desnudos del profesor de
álgebra y de Sor Mercedes. Me quedé viéndolos un momento tratando de comprender
la situación, pero sólo veía un ir y venir que no entendía, parecían
disfrutar una especie de sufrimiento y se tocaban torpemente.
—
¿Estarán peleando?—Pensé afligida. Mientras miraba por primera vez la
brillante cabellera de la Sor,
siempre oculta bajo un hábito que hasta pensé era parte de su cuerpo.
Estaba a punto de entrar a rescatarla de aquél extraño castigo, pero escuché
que pedía por más. Decidí marcharme tranquila, quizás era una de esas secretas
penitencias que ellas sagradamente debían cumplir.
Iba
a cerrar la puerta del comedor, cuando me empujaron por las escaleras,
aturdida, desde abajo, vi como Don Elías, el profesor, bajaba lentamente
abrochándose los pantalones, me miraba con rabia, tuve tanto miedo que me puse
de pie no sin dolor y corrí lo más fuerte que pude. Entré a mi cuarto
casi sin aliento y me oculté aterrada bajo las sábanas.
Teníamos
a primera hora del día siguiente la clase de álgebra. Sudaba de pies a cabeza pensando
en que seguramente me iba a castigar por haber entrado a la cocina sin permiso.
Durante toda la clase no me quitó sus enfurecidos ojos de encima. Tocó el
timbre de recreo y sentí una cosquilla de alivio en la panza. Me acerqué a la
puerta cuando me tocó el hombro y me dijo— Si abres la boca, te mato.
Por varias noches soñé que me mataban, cada vez era una
muerte distinta, sentía que me iba a volver loca, esa imagen seguía viva en mi
mente y sentía una culpa que me daba náuseas.
— Ésta noche me largo—. Le dije a Laura llorando. Si quieres venir conmigo
debes prometerme que estaremos juntas por siempre.
A la noche ya estábamos listas de equipaje y de espíritu.
Habíamos ido temprano a rezar a la capilla, rogándole a Dios que nos proteja.
Estábamos casi llegando al muro que nos separaba de una nueva
vida, cuando sentimos unos pasos apresurados tras nosotras. Era Don Elías,
corriendo, con los ojos desorbitados y sujetando un enorme palo.
Alcancé a saltar el muro, pero Laura no lo consiguió. Escuché
desde la carretera como la golpeaba, cuál piñata de cumpleaños. Sus gritos
desesperados se fueron apagando, seguramente estaba muerta y ahora él vendría
por mí.
Supe que me quedaba sólo una opción: correr.
Corrí sin parar hasta dar con una bencinera.
— ¡Socorro!—. Grité desesperada.
Apareció
entre las sombras una mujer gorda, que con el susto no se dio cuenta que sujetaba
un rollo de billetes en la mano. Lo quedé mirando, sabía que era el pasaje
directo a mi libertad. Sin pensarlo mucho tomé una roca del suelo y la golpeé
hasta que cayó. Tomé el grueso y verde fajo y seguí mi camino. No podía creer
lo que había hecho. Sabía que nadie me seguía, así que caminé adentrándome en
el bosque y me dormí en el hueco de un árbol.
Me
desperté con la lluvia que aproveché para lavarme la sangre y el barro. Usé la
única muda con la que contaba, enterré mi ropa, ahora manchada de rojo y seguí
mi camino.
Así
fue como conocí la vida, esa perra que esperaba que te descuides para darte un
mordisco. Dejé pasar los años, esperando
el momento exacto para vengar a Laura. Para avanzar tuve que ponerle precio a
los agujeros rentables de mi cuerpo, robar, mentir, pero por sobre todo
resistirme a la vida y al dinero fácil. Fui seducida por hombres ricos en
dinero y en promesas, pero elegí al único que podía usar para vengar a mi
amiga, el único peligro era enamorarme, era tentar la suerte y dejar de lado
las promesas que me hice a mí misma.
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