Cocó. 21 por ahora. Sin gatos, la mayor de una colección de tres hermanas, adicta a las variaciones del té con canela, fumadora más que social, emotiva. De creatividad lluviosa y nublada, de risas despejadas y calurosas, desapegada y enraizada en cosas que no debería, pequeña de estatura, desenterrando a la otra que se revolcaba de risa y no tenía miedo a hacer el loco, pescadora de recuerdos, friolenta y feliz dentro de todo.

domingo, 26 de mayo de 2013

Ana.

Me preguntaron más de una vez: ¿Por qué estás tan enviciada con escribir en un blog que nadie lee? Y la verdad no me importa que alguien lo lea o no, aunque en blogs anteriores tuve muchos seguidores, y mis entradas reventaban de comentarios, hoy he decidido empezar desde cero y discretamente, que el azar llegue hasta aquí, trayendo consigo un par de ojos dispuestos a leer línea a línea y entre ellas también.
Tengo muchos defectos, pero hay incluso algunos que me gusta llevar cuesta arriba, aunque pesen, porque me hacen ser más yo de lo que puedo ser evitándolos. 
En el verano, no se si por amor, por karma, por estupidez, o por cualquier otro motivo, pasé por una situación mucho más que incómoda, de verdad, creo que es la primera vez en mi vida que sufro tanto físicamente y que me sentí tan humillada. Hoy veo los resultados de dicho tratamiento, y a pesar que ya no siento muchos dolores ni molestias, lo cierto es que mi cuerpo se ha rebelado en contra mío. Seguramente se lo debo. Le hice daño por años tan consciente como inconscientemente. Me siento de ánimos, mucho mejor que cuando llegué a ésta ciudad. Pero débil en la cuestión física. Si bien me banco sin problemas tener que caminar el pueblo entero si es necesario, cuando llego a casa caigo rendida. No siento deseos ni antojos de comer, como sólo por un compromiso conmigo misma, para no volver a los huesos, eso jamás.  En cuanto a las picadas sociales, pruebo sólo un poco para no caer en la costumbre del  "no gracias". Aún así, mis uñas se debilitan, mi pelo se cae, tengo una ojeras horribles, me han salido un par de granos en la cara, me dan puntadas en el pecho, me mareo con facilidad, estoy contracturada, etc... el cuerpo me está pasando la cuenta y de alguna forma tengo que pagar. 
Las noches de éste último mes han sido horribles, se dividen en pesadillas o un insomnio significativo, quedándome dormida recién a las 8 de la mañana. Mientras estoy despierta pienso y pienso cuánta tontera se atreva a pasar por mi mente. De todas maneras, me esfuerzo por pensar más en el pasado que en el futuro. Las expectativas me dan asco porque la mayoría de las veces no se cumplen, y ahí es cuando me desilusiono. Es ahí en medio de esas noches, donde encuentro respuestas a mis preguntas, donde nacen preguntas nuevas y donde el repertorio de recuerdos alegres y lamentaciones sale al encuentro del alba.
Siempre repito la misma mantra antes de dormirme, eso me calma y me llena de buena vibra, que hasta ahora es mi único combustible.
-Quiero ser flaca-. Pienso casi toda la noche. Pienso en mi árbol genealógico, con imágenes nítidas, que sus cuerpos no se asimilan ni en lo más mínimo a las mujeres u hombres de las revistas. Claro que hay momentos en sus juventudes alocadas en que sí, son mujeres y hombres bellos, pero en el hoy son seres con una forma corporal bastante asimétrica. Pienso en la forma de mi cuerpo, trato de pensar en mi mamá, no en ella no, sus pechos quizás, sus manos pequeñas, en mi papá y su madre con un mentón pequeño como el mío, pienso en los dientes chuecos de papá, y los míos chuecos por culpa de ese ridículo accidente. Pienso en mi no-trasero, por parte de mamá y de papá ¡Rayos! estoy perdida... parece que les hubieran pasado la lija justo por debajo de la espalda, ni un leve asomo de un glúteo tímido, nada. Las piernas de mi abuela, de mi tía, de las hermanas de mi tía, la soltera, la pesada, la forever free, todas esas piernas, como un pulpo, parece que nacen de mis caderas, con forma, pero aún así, no proporcionales a mi cuerpo superior, siempre un poco más ancho que las caderas. Piernas flacas y aburridas. No tengo los ojos de nadie, pero tengo el lunar de mamá en la orilla del párpado fijo, casi imperceptible para todos menos para mí.
Pienso en mi abdomen, siempre tan protuberante, siempre tan oceánicamente grande, tan majestuosamente inmune a todas mis dietas, mis no-gracias, mis abdominales, mis pesas, no. Nada puede contra el, se mueve como una gelatina, se mueve... oh por dios, se mueve, como si fuera un flan, un abdomen tan poco femenino, una panza tan ajena a lo que yo quiero que sea. 
Hasta cuando pesé lo mínimo imaginable, esa panza, aunque pequeña, era igual de incómoda de llevar. Mi vientre fue amado sólo por tres meses, inolvidables, ese vientre con vida. Luego de esos tres benditos meses, el vientre volvió a ser lo que era: nada... y un todo en el que pensar por las noches en blanco.
Decidí ignorarle. No puedo permitir que interfiera (otra vez) tanto, tanto en mi vida, que se acorta con cada día que pasa.
Aquí me encuentro entonces, lucha interna, pucho en mano. En una ciudad donde las personas que conozco se cuentan solas. 


Lo raro es que, a pesar de todo, hay veces que echo de menos. Pero lo que me bajonea es saber que sólo puedo contar conmigo. No me asusta tanto la soledad sino el tener que confiar en mi.
Por Favor, Rebobinar. (Alberto Fuguet)


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